Cuento de Navidad
Como tengo material de sobra, iba a hacer otro de los miles de post en plan reflexión navideña sobre el consumismo, la ternura que agoniza pero queda, los regalos chorra, propósitos estúpidos para año nuevo, y etc. Pero lo he pensado mejor, y como me piro mañana a las nevadas tierras del norte (aunque no para esquiar, más quisiera), pues no tengo muchas ganas de escribir, y os corto y pego un cuento que ha hecho mi querido hermanito Santi (9), corregido por mi otra hermana, Raquel (14). A mí me ha conmovido mucho, creo que este niño tiene talento. Al menos más que yo, que sólo escribo gilipolleces larguísimas y pretenciosas sin sentido. Algún día os mostraré, cuando me funcione el scaner, algunos de sus maravillosos y psicodélicos dibujos. Y le voy a presentar al concurso de turno de la biblioteca, vamos, va a romper. Ya verán esos pijos, ya.
Ah... Bueno, que feliz navidad, año nuevo y todo eso. Si es que ya se me olvidaba. Que seáis requetemegafelices y moléis mazo. Cuidadito con el bolso y bolsillos, ni los de los calzoncillos están a salvo. Me han robado el móvil y me siento... extrañamente desprotegida. Así que a lo mejor me cobro venganza... XD
Es muy cortito, espero que aprendáis una valiosa lección de él.
La cabaña misteriosa
Unos niños estaban de excursión escolar en el bosque. Pero esos niños se perdieron por el bosque y así vieron una cabaña de madera muy, muy grande.
Era tan grande como dos árboles juntos, así que el tejado de la cabaña sobresalía del bosque y se veía perfectamente a kilómetros a la redonda.
Se metieron en la cabaña para subir hasta el piso más alto y, desde una ventana, pedir a gritos ayuda.
Pero no había ninguna escalera.
Un niño dijo que cada niño buscara una escalera por toda la cabaña. Guillermo vio en una esquina muy oscura una puerta. Entró por esa puerta y, de repente, Manolín, que estaba muy lejos de Guillermo, le escuchó gritar: “¡Socorro, socorro!”
Guillermo estaba colgado de una de las lámparas más altas de la casa, y todos pensaban asustados como había llegado hasta allí si solo había atravesado una puerta. “Es imposible”, decía un niño. “Aquí no hay ninguna escalera”, decía otro.
Guillermo murió de hambre colgado en la lámpara, y sus amigos se alimentaron de él convirtiéndose en unos salvajes. Poco a poco se fueron comiendo unos a otros ya que, además de que tenían hambre la puerta de la entrada había desaparecido y no podían salir de allí. Después de unos meses sólo quedó Manolín, y después de unos años sólo quedó su esqueleto.
Y esta es la historia de la cabaña misteriosa. Si algún día os encontrais con una cabaña con un esqueleto que ponga “aquí yace muerto Manolín” salid corriendo.
Os van a comer.
FIN
¿Qué? ¿Genial, no? ¡Pues a disfrutar, que es Navidad! ¡Y no vayáis a cabañas chungas! XD
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